Astillero
Julio Hernández López
Gorduras atoradas
-Felipe, en el rancho secreto
-A la mesa, Oaxaca
-La mesa de los periodistas
Gráficamente le fue mal a Felipe Calderón en su visita a uno de los ranchos de Vicente Fox.
Tocado con sombrero y asumiendo un aire campirano que parecía impuesto (pleonasmo sin esfuerzo: imponer al impuesto), el michoacano de aires doctrinales pareció un subordinado que cumplía con una cita fijada por su jefe para diseñar la agenda de los días siguientes. No sólo era el gesto condescendiente de El Grandote de Guanajuato que se colocaba escalones abajo a la hora de la fotografía "circunstancial" para permitir que visualmente hubiera cierto equilibrio de tallas, ni el uso del sombrero felipense a la vera del cinturón de la señora Marta que como en campaña llevaba en la hebilla la marca dominante (Fox) sino, sobre todo, el lugar escogido, es decir, el sometimiento presencial del debilitado sucesor a las glorias de la corrupción saliente que pretende condicionar al relevo entrante a no hurgar ni castigar los abusos del sexenio agonizante.
La Gorda Atorada es el nombre del pueblo donde está el rancho fantasma de Vicente Fox. Es una propiedad que el actual mandatario no reportó en su declaración patrimonial y que constituye uno de los varios milagros económicos de la pareja presidencial, pues un paraje abandonado fue convertido, gracias a la magia de Los Pinos, en una lujosa residencia campestre con lago artificial. El rancho secreto del Presidente fue denunciado en septiembre de 2005 por Anabel Hernández y Arelí Quintero en el libro La familia presidencial que, con el subtítulo de "El gobierno del cambio bajo sospecha de corrupción" y un cartón del monero Hernández como portada, publicó la Editorial Grijalbo, que forma parte de Random House Mondadori.
Calderón, el presidente que según Fox se mantendrá en el continuismo, fue llevado a pasear por esas tierras prodigiosas donde 300 hectáreas de agave azul son un orgullo que en una parte ínfima, al paso de la camioneta Hummer en que viajaban, Vicente mostró amistoso a Felipe.
Llevar al michoacano a ese rancho (llamado oficialmente La Estancia) parecería en la literatura clásica de las mafias un mensaje inmobiliario de respeto mutuo entre familias que se habrán de repartir territorios. Felipe no supo adónde lo llevaban o, sabiendo, no pudo sino aceptar la imposición de un escenario campestre que en el fondo podría ser la claudicación de cualquier intento por investigar y castigar las pillerías del sexenio.
Los gordos asuntos atorados en las alturas del poder siguen sin poder destrabarse. El caso Oaxaca no puede ser digerido por los redondos comensales que durante décadas han disfrutado de banquetes y ahora no entienden la molestia y el descuido de formas que los excluidos de siempre tienen a la hora de exigir repartos equitativos y atención pareja. Empachados con sus propias palabras y simulaciones, los glotones pretenden continuar sus sesiones pantagruélicas sin darse cuenta de que los menús, los convidados y los modales han ido cambiando.
Ayer llegó a la capital del país la caravana oaxaqueña y de inmediato ha instalado a la mesa centralista una realidad regional que no se combina con la alta cocina política. A las puertas del Senado se libraron anoche escaramuzas que permitirán a los gourmets informativos escandalizarse por la falta de etiqueta de los recién llegados. Miembros de la APPO, apenas contenidos por sus propias fuerzas de seguridad, trataron de tomar el sitio protocolario donde entre lujos y formalismos sesionan presuntos representantes populares que entre finas viandas políticas suelen tocar los temas populares a la distancia y siempre con reservas. Centro de decisiones políticas que se niega a dar respuesta a las exigencias oaxaqueñas, el tal Senado requiere, sin embargo, tratamientos ceremoniosos para su transcurrir cansino.
Los modos y las formas de los oaxaqueños visitantes no corresponden a lo que en el estilo tradicional de la política "de altura" es bien visto, pero ese desbordamiento popular corresponde a la violencia institucional ejercida durante décadas mediante la corrupción, el fraude electoral, la desatención y la represión. Los gordos atorados tendrán que descuidar un poco el ritmo de su ingestión privilegiada y escuchar y atender las exigencias de quienes en el fondo lo que buscan -con ademanes y porte impropios, según la lente de la falsa aristocracia política jija de su Manual de Carreño- es un lugar a la mesa de las decisiones y un reparto más justo y humano de lo que a fin de cuentas es de todos.
Astillas:
Ayer terminó La mesa de los periodistas y mañana será la última emisión de El cristal con que se mira, conducidos ambos espacios por Víctor Trujillo, quien probablemente en enero del año próximo estará de nuevo con un programa propio en Televisa. Durante dos años, el autor de estos teclazos participó en la citada mesa, en un ejercicio de libertad absoluta que sería deshonesto no reconocer públicamente a Trujillo, quien mantuvo condiciones excepcionales para que en esa mesa (los viernes, un buen tiempo; los lunes, en meses recientes) los concurrentes pudiesen hablar sin una sola insinuación de censura y sin que hubiera una mínima inducción para que ciertos temas fuesen abordados o evitados conforme a "líneas" ajenas a lo periodístico.
Cerrado ese ciclo de televisión abierta, el autor de las presentes líneas envía un abrazo a Víctor Trujillo y desea que pronto tenga nuevamente a disposición de su público el periodismo y los comentarios inteligentes y sensibles que le han caracterizado...
Los lectores asiduos de esta columna ya saben que la muerte de un personaje público no lleva a escribir líneas complacientes o difusas, amparadas en discutibles respetos a los que los momentos fúnebres obligarían. Así es que, respecto a Mario Moya Palencia, habrá que decir que fue responsable de momentos muy sombríos de la política mexicana y que su trayectoria estuvo marcada por los vicios de un sistema político autoritario y represivo al que el ahora difunto sirvió con dedicación imborrable...
¡Hasta mañana, en esta columna que está presta para ver hoy, en la Otratele, entrevistas con Octavio Rodríguez Araujo y con César Moheno!
Fax: 56 05 20 99 juliohdz@jornada.com.mx
Julio Hernández López
Gorduras atoradas
-Felipe, en el rancho secreto
-A la mesa, Oaxaca
-La mesa de los periodistas
Gráficamente le fue mal a Felipe Calderón en su visita a uno de los ranchos de Vicente Fox.
Tocado con sombrero y asumiendo un aire campirano que parecía impuesto (pleonasmo sin esfuerzo: imponer al impuesto), el michoacano de aires doctrinales pareció un subordinado que cumplía con una cita fijada por su jefe para diseñar la agenda de los días siguientes. No sólo era el gesto condescendiente de El Grandote de Guanajuato que se colocaba escalones abajo a la hora de la fotografía "circunstancial" para permitir que visualmente hubiera cierto equilibrio de tallas, ni el uso del sombrero felipense a la vera del cinturón de la señora Marta que como en campaña llevaba en la hebilla la marca dominante (Fox) sino, sobre todo, el lugar escogido, es decir, el sometimiento presencial del debilitado sucesor a las glorias de la corrupción saliente que pretende condicionar al relevo entrante a no hurgar ni castigar los abusos del sexenio agonizante.
La Gorda Atorada es el nombre del pueblo donde está el rancho fantasma de Vicente Fox. Es una propiedad que el actual mandatario no reportó en su declaración patrimonial y que constituye uno de los varios milagros económicos de la pareja presidencial, pues un paraje abandonado fue convertido, gracias a la magia de Los Pinos, en una lujosa residencia campestre con lago artificial. El rancho secreto del Presidente fue denunciado en septiembre de 2005 por Anabel Hernández y Arelí Quintero en el libro La familia presidencial que, con el subtítulo de "El gobierno del cambio bajo sospecha de corrupción" y un cartón del monero Hernández como portada, publicó la Editorial Grijalbo, que forma parte de Random House Mondadori.
Calderón, el presidente que según Fox se mantendrá en el continuismo, fue llevado a pasear por esas tierras prodigiosas donde 300 hectáreas de agave azul son un orgullo que en una parte ínfima, al paso de la camioneta Hummer en que viajaban, Vicente mostró amistoso a Felipe.
Llevar al michoacano a ese rancho (llamado oficialmente La Estancia) parecería en la literatura clásica de las mafias un mensaje inmobiliario de respeto mutuo entre familias que se habrán de repartir territorios. Felipe no supo adónde lo llevaban o, sabiendo, no pudo sino aceptar la imposición de un escenario campestre que en el fondo podría ser la claudicación de cualquier intento por investigar y castigar las pillerías del sexenio.
Los gordos asuntos atorados en las alturas del poder siguen sin poder destrabarse. El caso Oaxaca no puede ser digerido por los redondos comensales que durante décadas han disfrutado de banquetes y ahora no entienden la molestia y el descuido de formas que los excluidos de siempre tienen a la hora de exigir repartos equitativos y atención pareja. Empachados con sus propias palabras y simulaciones, los glotones pretenden continuar sus sesiones pantagruélicas sin darse cuenta de que los menús, los convidados y los modales han ido cambiando.
Ayer llegó a la capital del país la caravana oaxaqueña y de inmediato ha instalado a la mesa centralista una realidad regional que no se combina con la alta cocina política. A las puertas del Senado se libraron anoche escaramuzas que permitirán a los gourmets informativos escandalizarse por la falta de etiqueta de los recién llegados. Miembros de la APPO, apenas contenidos por sus propias fuerzas de seguridad, trataron de tomar el sitio protocolario donde entre lujos y formalismos sesionan presuntos representantes populares que entre finas viandas políticas suelen tocar los temas populares a la distancia y siempre con reservas. Centro de decisiones políticas que se niega a dar respuesta a las exigencias oaxaqueñas, el tal Senado requiere, sin embargo, tratamientos ceremoniosos para su transcurrir cansino.
Los modos y las formas de los oaxaqueños visitantes no corresponden a lo que en el estilo tradicional de la política "de altura" es bien visto, pero ese desbordamiento popular corresponde a la violencia institucional ejercida durante décadas mediante la corrupción, el fraude electoral, la desatención y la represión. Los gordos atorados tendrán que descuidar un poco el ritmo de su ingestión privilegiada y escuchar y atender las exigencias de quienes en el fondo lo que buscan -con ademanes y porte impropios, según la lente de la falsa aristocracia política jija de su Manual de Carreño- es un lugar a la mesa de las decisiones y un reparto más justo y humano de lo que a fin de cuentas es de todos.
Astillas:
Ayer terminó La mesa de los periodistas y mañana será la última emisión de El cristal con que se mira, conducidos ambos espacios por Víctor Trujillo, quien probablemente en enero del año próximo estará de nuevo con un programa propio en Televisa. Durante dos años, el autor de estos teclazos participó en la citada mesa, en un ejercicio de libertad absoluta que sería deshonesto no reconocer públicamente a Trujillo, quien mantuvo condiciones excepcionales para que en esa mesa (los viernes, un buen tiempo; los lunes, en meses recientes) los concurrentes pudiesen hablar sin una sola insinuación de censura y sin que hubiera una mínima inducción para que ciertos temas fuesen abordados o evitados conforme a "líneas" ajenas a lo periodístico.
Cerrado ese ciclo de televisión abierta, el autor de las presentes líneas envía un abrazo a Víctor Trujillo y desea que pronto tenga nuevamente a disposición de su público el periodismo y los comentarios inteligentes y sensibles que le han caracterizado...
Los lectores asiduos de esta columna ya saben que la muerte de un personaje público no lleva a escribir líneas complacientes o difusas, amparadas en discutibles respetos a los que los momentos fúnebres obligarían. Así es que, respecto a Mario Moya Palencia, habrá que decir que fue responsable de momentos muy sombríos de la política mexicana y que su trayectoria estuvo marcada por los vicios de un sistema político autoritario y represivo al que el ahora difunto sirvió con dedicación imborrable...
¡Hasta mañana, en esta columna que está presta para ver hoy, en la Otratele, entrevistas con Octavio Rodríguez Araujo y con César Moheno!
Fax: 56 05 20 99 juliohdz@jornada.com.mx
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