Reforma y gobernación
Manuel Camacho Solís
25 de septiembre de 2006
La situación del país se ha vuelto tan compleja que para encontrar una salida a la crisis deberá haber un trabajo simultáneo de gobernación y reforma. Como lo escuché de un hombre prudente: si el enfermo tiene problemas en la columna vertebral, hay que corregirla con ejercicios o cirugía, pero no se le puede dejar en el dolor ni quitar o sustituir la columna. Así de sencillo, y así de complejo.
Sin Gobernación, ni siquiera se llegará al primero de diciembre sin grandes contratiempos. Pero sin un horizonte de reforma no habrá solución a la crisis, ni nadie que piense que se va a poder gobernar sin muy altos niveles de confrontación.
Gobernar en las actuales circunstancias es, por encima de todo, no cometer errores mayores, como la represión. Hacer oídos sordos a los radicales de derecha que claman por que se recurra a la represión, y a los ignorantes que quieren jugar a la gran política cuando ni siquiera han sabido resolver el menor de los conflictos o estudiado su dialéctica.
Gobernar en estas condiciones es haber aceptado que no hubiera informe en el Congreso ni grito en el zócalo, por parte del presidente, aunque desde luego pudo haberse hecho sin que quedara la percepción de una derrota mayor, con tan sólo haber anunciado a tiempo las decisiones y haberlas encuadrado en un discurso político consistente.
Gobernar de aquí al primero de diciembre va a implicar un alto nivel de tolerancia, para no cargar más aún el ambiente de confrontación. Va a implicar, al mismo tiempo, tomar decisiones políticas impostergables para resolver el conflicto de Oaxaca y modernizar su vida política. Exige de la mayor atención para evitar que las organizaciones criminales se aprovechen de los empates y vacíos de poder.
Gobernar es avanzar en forma resuelta a la atención y corrección de las causas políticas de la inconformidad: la ilegitimidad del nuevo gobierno y la inequidad que lo hizo posible.
Es preparar una pista de aterrizaje a la crisis política en el horizonte del 1 de diciembre. Esa pista es la reforma en el horizonte de un proceso constituyente.
Para iniciar la reforma habrá que superar la falta de visión, la inercia y las visiones pusilánimes. Pero lo más difícil no es eso. El obstáculo principal al cambio que puede salvar la estabilidad del país, lo representan los intereses creados que apoyaron a Calderón y que ya se preparan -cual corsarios- a quedarse con los camarotes principales del barco; también, las ambiciones de quienes ni siquiera tienen asegurada la entrada del gobierno, pero ya piensan en sus planes futuristas y en disfrutar las mieles del poder.
El problema parecería ser insuperable. Si este gobierno no fue capaz de pactar nada trascendente, cómo es que, ahora, podría dar muestras de enorme capacidad para conducir a su partido y candidato por el sendero de la creatividad política y de una capacidad negociadora que no ha mostrado.
Y si no es capaz de abrir las puertas de la reforma, entonces como va a serenar la inconformidad que, por lo pronto, ya ha sido capaz de infligirle derrotas importantes en términos de credibilidad y manejo de los símbolos políticos. Si no se pueden vencer los obstáculos para hacer posible una reforma que distienda y reencauce el conflicto. Si no hay capacidad de conducir la política sin ser rehén de la inercia y de las presiones de los intereses creados, entonces no habrá reforma, y la gobernabilidad estará cada vez más en riesgo de perderse.
Esa es la paradoja del momento actual. Los intereses se precipitaron y hoy pretenden terminar de colonizar al Estado. Pero el dominio de esos intereses no permite estabilizar la política. Las fuerzas están empatadas. La represión agravaría aún más la crisis. Por ello, el desenlace está aún pendiente. El gran problema, la contradicción que invade el momento es que, sin reforma no hay salida política. Mientras que, una reforma verdadera parece inalcanzable por la falta de visión y resolución reformadora del gobierno actual y, sobretodo, por el peso de los intereses que tienen secuestrada a la presidencia de Calderón.
Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista
Manuel Camacho Solís
25 de septiembre de 2006
La situación del país se ha vuelto tan compleja que para encontrar una salida a la crisis deberá haber un trabajo simultáneo de gobernación y reforma. Como lo escuché de un hombre prudente: si el enfermo tiene problemas en la columna vertebral, hay que corregirla con ejercicios o cirugía, pero no se le puede dejar en el dolor ni quitar o sustituir la columna. Así de sencillo, y así de complejo.
Sin Gobernación, ni siquiera se llegará al primero de diciembre sin grandes contratiempos. Pero sin un horizonte de reforma no habrá solución a la crisis, ni nadie que piense que se va a poder gobernar sin muy altos niveles de confrontación.
Gobernar en las actuales circunstancias es, por encima de todo, no cometer errores mayores, como la represión. Hacer oídos sordos a los radicales de derecha que claman por que se recurra a la represión, y a los ignorantes que quieren jugar a la gran política cuando ni siquiera han sabido resolver el menor de los conflictos o estudiado su dialéctica.
Gobernar en estas condiciones es haber aceptado que no hubiera informe en el Congreso ni grito en el zócalo, por parte del presidente, aunque desde luego pudo haberse hecho sin que quedara la percepción de una derrota mayor, con tan sólo haber anunciado a tiempo las decisiones y haberlas encuadrado en un discurso político consistente.
Gobernar de aquí al primero de diciembre va a implicar un alto nivel de tolerancia, para no cargar más aún el ambiente de confrontación. Va a implicar, al mismo tiempo, tomar decisiones políticas impostergables para resolver el conflicto de Oaxaca y modernizar su vida política. Exige de la mayor atención para evitar que las organizaciones criminales se aprovechen de los empates y vacíos de poder.
Gobernar es avanzar en forma resuelta a la atención y corrección de las causas políticas de la inconformidad: la ilegitimidad del nuevo gobierno y la inequidad que lo hizo posible.
Es preparar una pista de aterrizaje a la crisis política en el horizonte del 1 de diciembre. Esa pista es la reforma en el horizonte de un proceso constituyente.
Para iniciar la reforma habrá que superar la falta de visión, la inercia y las visiones pusilánimes. Pero lo más difícil no es eso. El obstáculo principal al cambio que puede salvar la estabilidad del país, lo representan los intereses creados que apoyaron a Calderón y que ya se preparan -cual corsarios- a quedarse con los camarotes principales del barco; también, las ambiciones de quienes ni siquiera tienen asegurada la entrada del gobierno, pero ya piensan en sus planes futuristas y en disfrutar las mieles del poder.
El problema parecería ser insuperable. Si este gobierno no fue capaz de pactar nada trascendente, cómo es que, ahora, podría dar muestras de enorme capacidad para conducir a su partido y candidato por el sendero de la creatividad política y de una capacidad negociadora que no ha mostrado.
Y si no es capaz de abrir las puertas de la reforma, entonces como va a serenar la inconformidad que, por lo pronto, ya ha sido capaz de infligirle derrotas importantes en términos de credibilidad y manejo de los símbolos políticos. Si no se pueden vencer los obstáculos para hacer posible una reforma que distienda y reencauce el conflicto. Si no hay capacidad de conducir la política sin ser rehén de la inercia y de las presiones de los intereses creados, entonces no habrá reforma, y la gobernabilidad estará cada vez más en riesgo de perderse.
Esa es la paradoja del momento actual. Los intereses se precipitaron y hoy pretenden terminar de colonizar al Estado. Pero el dominio de esos intereses no permite estabilizar la política. Las fuerzas están empatadas. La represión agravaría aún más la crisis. Por ello, el desenlace está aún pendiente. El gran problema, la contradicción que invade el momento es que, sin reforma no hay salida política. Mientras que, una reforma verdadera parece inalcanzable por la falta de visión y resolución reformadora del gobierno actual y, sobretodo, por el peso de los intereses que tienen secuestrada a la presidencia de Calderón.
Miembro de la Dirección Política del Frente Amplio Progresista
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