Cambiemos a México

miércoles, octubre 25, 2006

Lecciones de Oaxaca
Diego Valadés
25 de octubre de 2006

La situación de Oaxaca representa una de las mayores derrotas de la política en las últimas décadas. Se han equivocado el presidente y sus colaboradores, el gobernador, los partidos e incluso el Congreso. Pero además de los errores existen problemas estructurales, inadvertidos porque los oculta la violencia y las desconcertantes acciones y omisiones de los dirigentes políticos.

Por una tendencia que viene de muy atrás, la política se limita a buscar soluciones circunstanciales. La visión de Estado, que más allá de remediar las cuestiones en tránsito procure identificar las causas profundas de los problemas, hace tiempo que no suele estar en la mente de nuestros gobernantes.

La cuestión oaxaqueña se enredó mucho más de lo previsible entre otras cosas por la impericia con que fue abordada desde sus primeras expresiones. La miopía se hizo ostensible cuando el gobierno federal, hace apenas unas semanas, manifestó que el asunto no era de relevancia nacional. En breve habrá otro equipo de gobierno y todavía no se sabe si entenderá todo lo que hay atrás de los sucesos en Oaxaca.

Una cosa es clara: además de resolver los aspectos aparentes del problema, habrá que atender las cuestiones latentes. ¿Cuáles son éstas?

Las lecciones de Oaxaca son varias: se exhibe la caduquez del sistema presidencial en su configuración actual; se muestra que los programas de apaciguamiento social no significan respuestas de largo plazo para superar la marginación que padecen millones de mexicanos; se prueba que el resurgimiento del caciquismo es incompatible con una democracia en ciernes; se ponen de manifiesto las carencias del sistema representativo, que incluye a los partidos y al Congreso, que han quedado en situación de pasmo y, por último, se refleja hasta qué punto faltan medios institucionales para advertir y encauzar con oportunidad los factores de conflicto.

En otras palabras, Oaxaca nos ha puesto ante un hecho evidente: el sistema constitucional mexicano sufre el síndrome de Dorian Grey: envejeció sin darse cuenta.

Veámoslo por partes. El sistema presidencial arcaico impide que el presidente cuente con colaboradores responsables ante la representación nacional, por lo que tiende a rodearse de quienes lo halagan y no están sujetos al escrutinio del Congreso. Las acciones y las omisiones de los secretarios de Estado sólo son valoradas por el presidente, y las insuficiencias del propio presidente no pueden ser compensadas por el conocimiento y la experiencia de sus ministros.

En cuanto a los programas sociales, se aplican los de contención inmediata, más o menos epidérmicos, para que la población en estado de necesidad pueda paliar algunas exigencias cotidianas; pero las relaciones inicuas siguen su curso, auspiciando un nivel de concentración de riqueza en la cúspide de la pirámide que excede, con mucho, la asimetría social de otros países con una composición semejante a la de México.

Además, las nuevas reglas del juego político han emancipado a los gobernadores de la sumisión ante el presidente. Pero al no haberse democratizado la estructura y el funcionamiento del poder en los estados, ha resurgido un caciquismo atávico.

La última lección es que la inercia se ha impuesto y ocasiona que el Congreso y los partidos se limiten a fungir como espectadores. El sistema representativo, en una fase incipiente de desarrollo, aún no se asume como responsable de la gestión política nacional; el paternalismo presidencial inhibe al Congreso.

Es verdad que el conflicto oaxaqueño hizo erupción durante el proceso electoral y tomó al Congreso entre una legislatura que terminaba y otra que comenzaba; pero el caso es que, a dos meses de haber quedado instalada, los integrantes de la nueva legislatura lucen desorientados.

Todas las fallas institucionales, juntas, hacen que la inquietud social carezca de canales democráticos para manifestarse. La protesta estentórea, en la vía pública, denota que el Estado mexicano no dispone de medios para identificar la gestación de las inconformidades y para canalizarlas de una manera satisfactoria.

Existen remedios para salir del problema en Oaxaca, pero sólo serán un paliativo que no evitará otras expresiones ulteriores de frustración, porque los responsables de las decisiones políticas no han advertido que, además de las tensiones coyunturales, hay deficiencias estructurales cuya magnitud tiende a aumentar.

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.


 
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