El rompecabezas de Oaxaca
Alberto Aziz Nassif
10 de octubre de 2006
Parece que, después de más de 140 días, esta semana puede ser decisiva para encontrar una ruta de salida al conflicto de Oaxaca. Sin que hasta el momento se tenga ya una solución final, las noticias de estos días indican que puede destrabarse el conflicto. El caso es importante, al menos por dos razones: muestra las limitaciones y obstáculos de un sistema democrático incipiente. Y, al mismo tiempo, también permite una mirada a un deficiente ejercicio de negociación, que es un espacio que poco a poco ha desaparecido en la práctica de la clase política.
A diferencia de los que ocurrían en épocas del PRI, con un partido hegemónico primero, y luego dominante, en donde muchos de estos conflictos se arreglaban desde la voluntad presidencial, ahora la división de poderes, tener un gobierno dividido y la poca habilidad y voluntad del gobierno, complican cualquier salida. Antes, el expediente Oaxaca se hubiera resuelto con un llamado del gobernador a Los Pinos, para una fulminante sustitución, la cual posiblemente se hubiera acompañado de una intervención de fuerza pública federal con tintes represivos. Lo más probable, dentro de la conjetura, es que el problema, por lo menos en su parte cosmética, se hubiera resuelto en una cuantas semanas. La salida hubiera sido al estilo gatopardista, un nuevo gobernador y un reacomodo conservador de los intereses del partido gobernante. Cambios para que nada cambie.
Ahora el presidente de la República y el gobernador son de dos partidos distintos, aunque cada vez se parecen más. Por otra parte, el presidente no tiene mayoría en el Congreso, en el Senado no puede o no quiere impulsar la desaparición de poderes. La alianza del panismo con el PRI ha sido más importante que la resolución de Oaxaca. Parece que por fin en estos días entrará en acción el Senado, para darle una salida legal y legítima a la desaparición de poderes. Aunque no hay un amarre completamente seguro, hay señales de que la salida de Ulises Ruiz y su equipo son una posibilidad real. Por otra parte, la Secretaría de Gobernación, que ha jugado con la ambigüedad de negociar, crear efectos de opinión con foros de consulta y mostrar el efecto de desplazar fuerzas federales al estado, se ha tardado demasiado para intervenir con un resultado eficaz. Durante meses Gobernación montó una negociación que tuvo resultados completamente insuficientes. Se puede argumentar que tal situación tenía que llegar a un punto extremo, al precipicio, para que los actores responsables y el clima generado pudieran llegar al momento de una negociación con resultados.
Sin duda estamos frente a un sistema democrático precario que tiene demasiados obstáculos para producir resultados eficientes. Existe una percepción de que el gobierno foxista ha sido tremendamente ineficiente para navegar en estas aguas complicadas. Los casos conflictivos muestran el catálogo de ineficiencias: desde Atenco, en su primera y segunda versión; el caso de Las Truchas, en Lázaro Cárdenas; y ahora Oaxaca, en donde aparece la falta de oficio, de operadores políticos y de negociadores eficientes. La realidad nunca se pinta en blanco y negro; por ejemplo, a todas luces resulta que Atenco fue un fracaso, por la forma de negociar los predios y por haberlo dejado llegar a un punto de radicalización; en este sentido es discutible la salida de retirar el proyecto del aeropuerto y no producir un enfrentamiento, porque a ese dilema se había llegado por múltiples errores del mismo gobierno federal; y cuando en mayo pasado interviene la fuerza pública, hace una violación masiva y sistemática de los derechos humanos. El caso del sindicato minero fue una operación completamente desafortunada, error tras error, desde la manipulación de la falsa toma de nota y el desconocimiento del líder, hasta la incursión de la fuerza pública en Las Truchas y la pérdida de vidas humanas.
En este contexto, hay que preguntar sobre qué final tendrá el caso de Oaxaca. Están a prueba las capacidades de negociación del Estado mexicano en su momento actual, en donde existe un enorme déficit en el desempeño institucional. Prácticamente todos los días los ciudadanos nos enteramos de un entramado institucional precario: desde las electorales, como vimos en los meses anteriores, pasando por las de impartición de justicia, hasta llegar al Congreso de la Unión, donde ya perdieron más de un mes de tiempo valioso y sólo se han repartido canonjías y prebendas. En el plano local el país está lleno de expedientes que muestran formas autoritarias de gobernar. Los casos se tocan: de Ulises Ruiz, con su torpeza y estilo corruptor y represivo, pasando por el ´gober precioso´ en Puebla, o los métodos oscurantistas del gobernador panista de Jalisco, cuyas noticias hablan de modos poco transparentes de gestión, por decir lo menos.
También ha salido a la luz pública el pésimo desempeño del Ministerio Público en el DF, sin profesionalismo y plagado de corrupción, como un caso que fácilmente podría generalizarse al resto del país.
Ahora que llegamos al final del primer sexenio de alternancia y que la insatisfacción con la democracia crece de forma alarmante, se nota que una las razones de esta insatisfacción tiene que ver con la incapacidad de la política y de sus operadores para dar resultados a la sociedad.
Hay un enorme déficit entre expectativas ciudadanas y resolución de los grandes problemas.
Oaxaca es un territorio abusado y sumido en la pobreza, que ha tenido estilos completamente autoritarios, una estructura social radicalmente rezagada del desarrollo nacional y con una institucionalidad -reglas del juego- ineficiente para generar un nuevo tipo de relaciones sociales.
Tenía que llegar al extremo de un movimiento como el de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), para que se planteara una agenda de reformas y de apoyos, que puedan empujar a esa parte de México hacia otro nivel de desarrollo. Los casos se repiten, hace más de una década fue Chiapas. Parece que en este país no hay otra forma de salir de estos conflictos que mediante la adversidad y las crisis extremas. A ver hasta cuándo se pone de acuerdo la ineficiente clase política.
Investigador del CIESAS
Alberto Aziz Nassif
10 de octubre de 2006
Parece que, después de más de 140 días, esta semana puede ser decisiva para encontrar una ruta de salida al conflicto de Oaxaca. Sin que hasta el momento se tenga ya una solución final, las noticias de estos días indican que puede destrabarse el conflicto. El caso es importante, al menos por dos razones: muestra las limitaciones y obstáculos de un sistema democrático incipiente. Y, al mismo tiempo, también permite una mirada a un deficiente ejercicio de negociación, que es un espacio que poco a poco ha desaparecido en la práctica de la clase política.
A diferencia de los que ocurrían en épocas del PRI, con un partido hegemónico primero, y luego dominante, en donde muchos de estos conflictos se arreglaban desde la voluntad presidencial, ahora la división de poderes, tener un gobierno dividido y la poca habilidad y voluntad del gobierno, complican cualquier salida. Antes, el expediente Oaxaca se hubiera resuelto con un llamado del gobernador a Los Pinos, para una fulminante sustitución, la cual posiblemente se hubiera acompañado de una intervención de fuerza pública federal con tintes represivos. Lo más probable, dentro de la conjetura, es que el problema, por lo menos en su parte cosmética, se hubiera resuelto en una cuantas semanas. La salida hubiera sido al estilo gatopardista, un nuevo gobernador y un reacomodo conservador de los intereses del partido gobernante. Cambios para que nada cambie.
Ahora el presidente de la República y el gobernador son de dos partidos distintos, aunque cada vez se parecen más. Por otra parte, el presidente no tiene mayoría en el Congreso, en el Senado no puede o no quiere impulsar la desaparición de poderes. La alianza del panismo con el PRI ha sido más importante que la resolución de Oaxaca. Parece que por fin en estos días entrará en acción el Senado, para darle una salida legal y legítima a la desaparición de poderes. Aunque no hay un amarre completamente seguro, hay señales de que la salida de Ulises Ruiz y su equipo son una posibilidad real. Por otra parte, la Secretaría de Gobernación, que ha jugado con la ambigüedad de negociar, crear efectos de opinión con foros de consulta y mostrar el efecto de desplazar fuerzas federales al estado, se ha tardado demasiado para intervenir con un resultado eficaz. Durante meses Gobernación montó una negociación que tuvo resultados completamente insuficientes. Se puede argumentar que tal situación tenía que llegar a un punto extremo, al precipicio, para que los actores responsables y el clima generado pudieran llegar al momento de una negociación con resultados.
Sin duda estamos frente a un sistema democrático precario que tiene demasiados obstáculos para producir resultados eficientes. Existe una percepción de que el gobierno foxista ha sido tremendamente ineficiente para navegar en estas aguas complicadas. Los casos conflictivos muestran el catálogo de ineficiencias: desde Atenco, en su primera y segunda versión; el caso de Las Truchas, en Lázaro Cárdenas; y ahora Oaxaca, en donde aparece la falta de oficio, de operadores políticos y de negociadores eficientes. La realidad nunca se pinta en blanco y negro; por ejemplo, a todas luces resulta que Atenco fue un fracaso, por la forma de negociar los predios y por haberlo dejado llegar a un punto de radicalización; en este sentido es discutible la salida de retirar el proyecto del aeropuerto y no producir un enfrentamiento, porque a ese dilema se había llegado por múltiples errores del mismo gobierno federal; y cuando en mayo pasado interviene la fuerza pública, hace una violación masiva y sistemática de los derechos humanos. El caso del sindicato minero fue una operación completamente desafortunada, error tras error, desde la manipulación de la falsa toma de nota y el desconocimiento del líder, hasta la incursión de la fuerza pública en Las Truchas y la pérdida de vidas humanas.
En este contexto, hay que preguntar sobre qué final tendrá el caso de Oaxaca. Están a prueba las capacidades de negociación del Estado mexicano en su momento actual, en donde existe un enorme déficit en el desempeño institucional. Prácticamente todos los días los ciudadanos nos enteramos de un entramado institucional precario: desde las electorales, como vimos en los meses anteriores, pasando por las de impartición de justicia, hasta llegar al Congreso de la Unión, donde ya perdieron más de un mes de tiempo valioso y sólo se han repartido canonjías y prebendas. En el plano local el país está lleno de expedientes que muestran formas autoritarias de gobernar. Los casos se tocan: de Ulises Ruiz, con su torpeza y estilo corruptor y represivo, pasando por el ´gober precioso´ en Puebla, o los métodos oscurantistas del gobernador panista de Jalisco, cuyas noticias hablan de modos poco transparentes de gestión, por decir lo menos.
También ha salido a la luz pública el pésimo desempeño del Ministerio Público en el DF, sin profesionalismo y plagado de corrupción, como un caso que fácilmente podría generalizarse al resto del país.
Ahora que llegamos al final del primer sexenio de alternancia y que la insatisfacción con la democracia crece de forma alarmante, se nota que una las razones de esta insatisfacción tiene que ver con la incapacidad de la política y de sus operadores para dar resultados a la sociedad.
Hay un enorme déficit entre expectativas ciudadanas y resolución de los grandes problemas.
Oaxaca es un territorio abusado y sumido en la pobreza, que ha tenido estilos completamente autoritarios, una estructura social radicalmente rezagada del desarrollo nacional y con una institucionalidad -reglas del juego- ineficiente para generar un nuevo tipo de relaciones sociales.
Tenía que llegar al extremo de un movimiento como el de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), para que se planteara una agenda de reformas y de apoyos, que puedan empujar a esa parte de México hacia otro nivel de desarrollo. Los casos se repiten, hace más de una década fue Chiapas. Parece que en este país no hay otra forma de salir de estos conflictos que mediante la adversidad y las crisis extremas. A ver hasta cuándo se pone de acuerdo la ineficiente clase política.
Investigador del CIESAS
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